Durante la etapa virreinal, España mantuvo un férreo monopolio con sus colonias americanas, impidiendo el libre comercio con Inglaterra, beneficiaria de una extensa producción manufacturera en plena revolución industrial. La condena a la intermediación perpetua por parte de España encarecía los intercambios comerciales y sofocaba el crecimiento de las colonias. La escasez de autoridades españolas y la necesidad de reemplazar al régimen monopólico, sumado a las convulsiones que se vivían en Europa tras la invasión napoleónica, llevaron a un grupo destacado de la población criolla a impulsar un movimiento revolucionario. Para febrero de 1810, casi toda España se encontraba en manos de los franceses. Un Consejo de Regencia gobernaba la península en nombre de Fernando VII, prisionero de Napoleón. El 13 de mayo de 1810 llegaron a Buenos Aires las noticias de la caída de la Junta Central de Sevilla, último bastión del poder español. La autoridad que había designado al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros había, por lo tanto, caducado, y la propia autoridad del virrey se encontraba cuestionada. Pronto Cisneros debió ceder a las presiones de las milicias criollas y de un grupo de jóvenes revolucionarios y convocó a un Cabildo Abierto para el 22 de mayo de 1810. El Cabildo, dominado por españoles, burló la voluntad popular y estableció una junta de gobierno presidida por el propio Cisneros. Esto provocó la reacción de las milicias y el pueblo. Cornelio Saavedra y Juan José Castelli obtuvieron la renuncia del ex virrey.El 25 de mayo, reunido en la Plaza de la Victoria, actual Plaza de Mayo, el pueblo de Buenos Aires finalmente impuso su voluntad al Cabildo creando la Junta Provisoria Gubernativa del Río de la Plata integrada por: Cornelio Saavedra, presidente; Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea, vocales; y Juan José Paso y Mariano Moreno, secretarios. Quedó así formado el primer gobierno patrio, que no tardó en desconocer la autoridad del Consejo de Regencia español. De este fragmento que tomé prestado del historiador Felipe Pigna quisiera hacer foco en tres cuestiones.La primera tiene que ver con la comunicación y con el momento actual, en el que el intercambio de noticias es una mercancía, o una fábrica de mercancías, en manos de unos pocos que amparados en una particular forma de ver la libertad de expresión como libertad de empresa, deciden, entre otras cosas, qué es noticiable y qué no. ¿Qué hubiera ocurrido si Belgrano y Castelli, líderes de opinión de entonces, que tenían la primicia de lo que estaba ocurriendo en Europa, hubieran decidido, por ejemplo, no darla a conocer? La segunda cuestión tiene que ver con una opinión bastante sonada en la actualidad, producto de la falsa disyuntiva entre un imperio y otro, el inglés o el español, como si no hubiera otra salida posible; opinión que se traduce en algo así como: “Nosotros en su momento tendríamos que haber elegido ser ingleses y estaríamos mucho mejor”. Mito que se hizo extensivo en la particular forma de vasallaje que impuso el neoliberalismo de los 90, cuando desde el discurso presidencial, del cual también se hicieron eco los grandes medios de comunicación, se cernía sobre los argentinos un futuro de oscuridad si no abordábamos el “tren de la modernidad” haciendo toda clase de concesiones a los organismos internacionales de crédito.Y la tercera cuestión tiene que ver con nuestro más importante lugar de expresión política: la Plaza de Mayo. La del 17 de Octubre, aquella donde se burló la prohibición de reunión de más de dos personas durante la última dictadura cívico-militar. Esa plaza que algunos sectores han desdeñado en busca de lugares de reunión más fashion.Hoy, el recuerdo de aquel 25 de Mayo de 1810 nos muestra que no hay destinos inexorables: ni el de ser colonia española ni ninguno de aquellos que desde entonces el colonialismo interno viene sentenciando para esta nación.ACTO DEL 25 DE MAYO. DISCURSO DE LA PROFESORA JIMENA TIMOR.
Durante la etapa virreinal, España mantuvo un férreo monopolio con sus colonias americanas, impidiendo el libre comercio con Inglaterra, beneficiaria de una extensa producción manufacturera en plena revolución industrial. La condena a la intermediación perpetua por parte de España encarecía los intercambios comerciales y sofocaba el crecimiento de las colonias. La escasez de autoridades españolas y la necesidad de reemplazar al régimen monopólico, sumado a las convulsiones que se vivían en Europa tras la invasión napoleónica, llevaron a un grupo destacado de la población criolla a impulsar un movimiento revolucionario. Para febrero de 1810, casi toda España se encontraba en manos de los franceses. Un Consejo de Regencia gobernaba la península en nombre de Fernando VII, prisionero de Napoleón. El 13 de mayo de 1810 llegaron a Buenos Aires las noticias de la caída de la Junta Central de Sevilla, último bastión del poder español. La autoridad que había designado al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros había, por lo tanto, caducado, y la propia autoridad del virrey se encontraba cuestionada. Pronto Cisneros debió ceder a las presiones de las milicias criollas y de un grupo de jóvenes revolucionarios y convocó a un Cabildo Abierto para el 22 de mayo de 1810. El Cabildo, dominado por españoles, burló la voluntad popular y estableció una junta de gobierno presidida por el propio Cisneros. Esto provocó la reacción de las milicias y el pueblo. Cornelio Saavedra y Juan José Castelli obtuvieron la renuncia del ex virrey.El 25 de mayo, reunido en la Plaza de la Victoria, actual Plaza de Mayo, el pueblo de Buenos Aires finalmente impuso su voluntad al Cabildo creando la Junta Provisoria Gubernativa del Río de la Plata integrada por: Cornelio Saavedra, presidente; Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea, vocales; y Juan José Paso y Mariano Moreno, secretarios. Quedó así formado el primer gobierno patrio, que no tardó en desconocer la autoridad del Consejo de Regencia español. De este fragmento que tomé prestado del historiador Felipe Pigna quisiera hacer foco en tres cuestiones.La primera tiene que ver con la comunicación y con el momento actual, en el que el intercambio de noticias es una mercancía, o una fábrica de mercancías, en manos de unos pocos que amparados en una particular forma de ver la libertad de expresión como libertad de empresa, deciden, entre otras cosas, qué es noticiable y qué no. ¿Qué hubiera ocurrido si Belgrano y Castelli, líderes de opinión de entonces, que tenían la primicia de lo que estaba ocurriendo en Europa, hubieran decidido, por ejemplo, no darla a conocer? La segunda cuestión tiene que ver con una opinión bastante sonada en la actualidad, producto de la falsa disyuntiva entre un imperio y otro, el inglés o el español, como si no hubiera otra salida posible; opinión que se traduce en algo así como: “Nosotros en su momento tendríamos que haber elegido ser ingleses y estaríamos mucho mejor”. Mito que se hizo extensivo en la particular forma de vasallaje que impuso el neoliberalismo de los 90, cuando desde el discurso presidencial, del cual también se hicieron eco los grandes medios de comunicación, se cernía sobre los argentinos un futuro de oscuridad si no abordábamos el “tren de la modernidad” haciendo toda clase de concesiones a los organismos internacionales de crédito.Y la tercera cuestión tiene que ver con nuestro más importante lugar de expresión política: la Plaza de Mayo. La del 17 de Octubre, aquella donde se burló la prohibición de reunión de más de dos personas durante la última dictadura cívico-militar. Esa plaza que algunos sectores han desdeñado en busca de lugares de reunión más fashion.Hoy, el recuerdo de aquel 25 de Mayo de 1810 nos muestra que no hay destinos inexorables: ni el de ser colonia española ni ninguno de aquellos que desde entonces el colonialismo interno viene sentenciando para esta nación.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)